domingo, 8 de septiembre de 2013

EL TANO 

A  algunos por momentos le resultaba un Tano pesado, pero el no se daba mucho cuenta
De que aburría.
Se seguía preguntado algunas cosas hasta el cansancio. Cuando se dio cuenta que aburría
Se comenzó a preguntar sin decir palabra.
Aquella tarde de sol  y de algunas innovaciones en el barrio  como las plantas nuevas en  la plaza y la fuente con agua después de una sequía de la que ya todos avían perdido la cuenta. Aquella tarde sentado en un banco con el sol de costado y luz perfecta se distrajo un segundo del agua que escupía aquella estatua para mirar por un momento.
 Tres o cuatro mujeres cruzaban por el camino del medio.
Casi de inmediato vomitó desde la cabeza hasta sus labios sin dejarla salir aquella pregunta que de inmediato tubo su respuesta.
Mujeres predicadoras, mujeres predicando a quien sabe que Dios pero predicadoras.
Acto seguido se fijo en aquello que le daba la verdad  inexpugnable.
Y de inmediato descubrió aquello, sus ropas, sí sus ropas eso era lo distinto.
Son predicadoras por sus ropas, con olor a naftalina y de otro tiempo.
Quiso con toda el alma recibir una prédica, porque después de notar aquel detalle.
Descubrió en aquellos personajes la convicción mas profunda.
Quiso pero no pudo recibir prédica, porque aquellas mujeres se alejaban dejando el olor a naftalina.
Se acomodo en el banco nuevamente para seguir preguntándose.
Seguro ya que no solo quería creer, sino que quería  aquellas ropas desteñidas y el olor a naftalina, el maletín y aquel libro de tapas azules.
Así fue que me contó El tano como llego a ser predicador