EL TANO
A algunos por momentos le resultaba un Tano
pesado, pero el no se daba mucho cuenta
De que aburría.
Se seguía preguntado algunas cosas
hasta el cansancio. Cuando se dio cuenta que aburría
Se comenzó a preguntar sin decir
palabra.
Aquella tarde de sol y de algunas innovaciones en el barrio como las plantas nuevas en la plaza y la fuente con agua después de una sequía
de la que ya todos avían perdido la cuenta. Aquella tarde sentado en un banco
con el sol de costado y luz perfecta se distrajo un segundo del agua que escupía
aquella estatua para mirar por un momento.
Tres o cuatro mujeres cruzaban por el camino
del medio.
Casi de inmediato vomitó desde la
cabeza hasta sus labios sin dejarla salir aquella pregunta que de inmediato
tubo su respuesta.
Mujeres predicadoras, mujeres
predicando a quien sabe que Dios pero predicadoras.
Acto seguido se fijo en aquello
que le daba la verdad inexpugnable.
Y de inmediato descubrió aquello,
sus ropas, sí sus ropas eso era lo distinto.
Son predicadoras por sus ropas, con
olor a naftalina y de otro tiempo.
Quiso con toda el alma recibir
una prédica, porque después de notar aquel detalle.
Descubrió en aquellos personajes la
convicción mas profunda.
Quiso pero no pudo recibir prédica,
porque aquellas mujeres se alejaban dejando el olor a naftalina.
Se acomodo en el banco nuevamente
para seguir preguntándose.
Seguro ya que no solo quería
creer, sino que quería aquellas ropas
desteñidas y el olor a naftalina, el maletín y aquel libro de tapas azules.
Así fue que me contó El tano como
llego a ser predicador
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